25 sept 2012

Son rosas y negros los sonidos que la voz despide [...]


Todos los dioses mueren de una muerte mayor que la muerte 
                                                                                                     - El Libro del Desasosiego, 196


La angustia es el vértigo de la libertad

                                - Søren Kierkegaard


Son rosas y negros los sonidos que la voz despide
en mi lejana mente
en la loca mente que imagina
que hay un alguien
      en otro lado

Son los soles y las lunas los colores
que pintan la sonrisa
que viva otra sonrisa pinta
en esta boca mía
      que ya parece inexistente

Viven las cosas con las letras
que tu lengua dice
y que leen tus ojos
que son flores
y no me leen

Con mil voces más
habla la lenta pluma
porque habla en ella el corazón
que sólo dice
aquello nunca dicho

Nunca es bastante la palabra
para decir las cosas que no alcanzan
que se desbordan
del calmo cántaro
      que es el sentir
      que es el sentido

Son todas las escalas y las notas
de tu piel los dulces tonos
Son todos los centros
      de todas las figuras

Son todos los puntos
de todas las líneas
      del mundo


J. L. M.

14 ago 2012

Fumar, esperando que se parta el cielo [...]

Fumar, esperando que se parta el cielo
Y del cascaron
Broten las flores de humanidad dulce
Que tanto esperamos tardes de lluvia
Y que del pétalo más bajo
Una lágrima se deslice hasta nosotros


J. L. M.


Originalmente publicado en:  http://poemiafuego.blogspot.com.ar/2011/01/fumar-esperando-que-se-parta-el-cielo.html 

10 jun 2012

El Demonio de la Fatalidad


         Eran aún, en mi tiempo, el Roba el-Khaliyeh, o "Espacio vital" de los antiguos, y el Dahna, o "Desierto Escarlata”. Todos aquellos que aseguraban haber penetrado en sus regiones mentían. Todos aquellos que aseguraban haber regresado de sus regiones mentían. Así es como las costumbres de mi pueblo (el cual no es reconocido por lo acertado de sus creencias, sino por sus conocimientos en geomorfología) me enseñaron a desconfiar de viejos rumores sobre el antiguo desierto. Eran aún sendas regiones cuando conocí a aquel que se decía vagabundo y que erraba por el mundo en busca de misterios impensados (bastardo hijo de las tinieblas, le llamaría yo mas tarde). Era poseedor de un habla carismática, además de raídos ropajes que dejaban entrever poco más que sus ojos. Pero era su habla -¡oh, cincel con el que no solo los cielos han sido creados!- lo que espantaba al tiempo que seducía. Y sobre todo esto último, por ser su palabra, por suya, verdad. Bastaba que dijera él “locura”, bastaba que dijera él “profundidad”, para que mi conciencia se sumiera en el insondable océano de las ignominias jamás pensadas del alma humana. Pero esto fue una vez y no más: A pesar de esto, hablaba poco y sus respuestas eran breves. Llevábamos poco de hablar, cuando dijo que regresaba del desierto: el Roba el-Khaliyeh, y solo pude no creerle. Me burlé de el, me reí frente a su cara. Lo que dijo entonces, aún no lo puedo reproducir. Y tal lo dijo, que las palabras se dibujaron en el aire, de oro, ya alcanzando aquella fluorescente sombra mis ojos, ya bañando las arenas del desierto, ya elevando las aguas que, como un pilar gigantesco, ahora se erguían alrededor del continente, rozando la bóveda carmesí. Fue entonces que volvió a hablar aquel, que se decía ahora un demonio y que en su mirada aún guardaba la sangre de las entrañas de la misma tierra, abismo inexplorado, y que con su voz, como si fuera la de Dios mismo, nos elevó por los aires (o eso es lo que mí aturdida alma recuerda). A lo que mis ojos veían, supe, nadie daría crédito: de punta a punta, el Roba el-Khaliyeh se extendía bajo mis pies, y pocos horrores vi, que así pudieran llamarse, ante la inconmensurable atrocidad que el demonio allí me hizo presenciar. Lo que luego ocurrió, el poder de las más antiguas divinidades no lo hubiera podido concebir: Un estruendo y, partiendo de las remotas ruinas de una ciudad que nunca nadie pudo conocer, el desierto comenzó a tragarse a sí mismo, con sus arenas que se abrían paso en el abismo como en un reloj, de tiempo que lo consume todo. Rápidamente, el abismo se hacia mas y mas grande. Pronto, consigo, se llevó su recuerdo y yo era el único que parecía haberlo visto cuando todo terminó. Ahora que nadie cree en aquel desierto con el que me dicen obsesionado, no me queda mas que vagar por el mundo, en busca de aquel desierto, sin alguien que pueda creer lo que atestiguo, buscando todo aquello de lo que el Demonio de la Fatalidad me había desposeído. Pero fue aún más allá la audacia del demonio, y solo me dejo mi alma, para que lamentara todo aquello que ahora son despojos.

J. L. M.

Originalmente publicado en:  http://axxon.com.ar/rev/2010/03/ficcion-breve-cincuenta-y-seis-varios-autores/ 

25 mar 2012

Anesthetize.

I

Dejas mover la pantalla que te rodea y te mira, permanente, en la pupila de tus ojos
y te arrimas, al vacío abajo tuyo, al vacío. Tu vida es un vicio
que nunca te termina de consumir: ¿Qué tal
si la muerte no tuviera nunca lugar? Te preguntas
cuando te miras al espejo, cuando esperas la respuesta, cuando alzas la mano
para detener al taxi, para apuntar con la navaja que es la misma
que te despelleja
hacia afuera desde adentro

II

Nunca miras a las luces de la calle directo hacía los ojos: temes que ellas
tengan tus ojos . también. Es que Ay, ¿No las sabes hacer callar?
Aprende usar, mi amigo, el látigo que te tortura. Empúñalo
con el entusiasmo mismo, con que se toma una bandera por el asta
y se clava en los corazones enmohecidos de aquellos supieron
poner distancia, delicadamente alejarse, olvidarte en su memoria:
así se empuña la vergüenza: así se mata
en el leguaje
de los pueblos y los bárbaros
que fueron alguna vez
dignas bestias

III

¿Es que ya no luces la mirada misma. con que solías verla? Pues ya no más
no es el mundo república
de unidos corazones
sino más bien
de mentiras delatadas
que aun así
preferimos creer.

IV

Es posible que nunca vieras lo bizarro de ser tú mismo:
nadie lo notaría: todos son demasiado ellos mismos: demasiado humanos
para entender: que nada es más importante: que no entender nada.


J. L. M.